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Cuando Giacomo Puccini se soltó la greña y desparramó sobre su pentagrama algo a lo que el llamó “Madame Butterfly” jamás se imaginó lo increíble de su obra.

El trabajó por pura diversión, a escondidas de su señora que lo molía con el gasto, los tiempos no estaban para andar poniéndole música y versos a otra más de sus ocurrencias, y sin embargo lo hizo, no sin antes aventarse un round con el casero (de origen japonés), quien constantemente lo amenazaba con echarlo, y al que contentó poniéndole su nombre, Goro, a uno de los personajes.

Para no hacer la historia larga, les diré que al final de la obra la madame se suicida dejándole el paquete de la manutención de su bebé a un tal Pinkerton, güero de origen norteamericano que se colٕó en la opera desde el principio, la cortina cae dejando al cubierto al guerito llorando con el niño en brazos junto al cuerpo inherte de la madona (también japonesa).

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